El Torbellino
Guillermo Abadía Morales
Según los musicólogos es ésta la tonada, canto y danza, de características indígenas más pronunciadas entre todas las mestizas. Evidentemente parece que se destacan en el torbellino, simultáneamente, valores melódicos y rítmicos de carácter muy primitivo. Hay la sugestión de que los cantos de viaje de algunas tribus, como los de la Yuco-motilón de la Serranía de Perijá, contienen células rítmicas que podrían haber dado origen al compás del torbellino, que no es otra cosa, sino la medida del “trotecito de indio”, que indígenas y mestizos de las montañas de Santander, Boyacá y Cundinamarca usan para sus correrías y viajes, peregrinaciones y romerías. Es sabido que éstos no usan la marcha o paso normal corrientes en el hombre de las ciudades y aldeas, sino que establecen un trote rítmico que les permite andar sin fatiga muchas leguas, por caminos de montaña y travesías cordilleranas.
En consecuencia, a este ritmo de marcha van tarareando musiquillas rudimentarias o coplas regionales o sonando tonadillas del mismo compás, en capadores rústicos. En las ventas camineras, durante el reposo del viaje, pulsan en requintos y tiples, el aire típico del torbellino, para solazarse en sus recuerdos o para acompañar la danza del mismo nombre que ejecutan en las posadas, viejos y jóvenes campesinos. Sobra decir que son los viejos los que saben danzar con mayor garbo y elegante donosura estas coreografías tradicionales que se basan en el paso de rutina llamado de “rasgatierra”.
Contra lo que indicaría, etimológicamente, el nombre de “torbellino”, es éste un aire lento y grave, una danza cadenciosa y mesurada, un canto sosegado del coplerío regional típico. Si el torbellino es específicamente una danza determinada en su estructura ritmoplástica, es importante destacar que innúmeros sainetes danzados y juegos coreográficos como “el disimulo”, “la coqueta”, “los pasamanos”, “el surumangué o surumanguito”, “la mata redonda”, “las perdices” y “el juso” o bien “la manta”, todos invariablemente se ejecutan y danzan en tonada y ritmo de torbellino. Quizá la modalidad más interesante es la llamada “torbellino viejo” de la región de Gama (Cundinamarca) que se realiza en coreografía de “tres” danzarines, es decir, en danza de tres, con un curioso juego de sombreros. En Boyacá es notable el “torbellino de la botella”, célebre en la región de Villa de Leiva y que recuerda, exclusivamente por el uso del trasto ya que no de la danza, así como el de los sombreros, algunas danzas latinoamericanas. No es descaminado pensar en que el desaparecido “patirralo” de Boyacá fuera asimismo una variedad de torbellino.
Aceptada la sugestión del origen motilón o de otro grupo indígena [quizá Sáliba o Tinigua (?) ] del torbellino, recordemos que el nombre es denominación castellana, del latín “turbo” que indicaría en la etimología una tromba, un remolino, y en acepción secundaria una “confusión de gentes” como ocurre con los términos “fandango” y “bunde” que también han recibido ese significado como los extranjeros “sarabanda” “jarana”, “zambapalo” , “algazara” y “guazábara”. Fácilmente pudo ser torbellino la denominación aplicada por los españoles de la Conquista o Colonia a alguna tonada y danza de los indios, tonada hoy destribalizada o mestizada. Numerosos comentaristas, más literatos que músicos, han expresado conceptos tan opuestos sobre el torbellino que sólo logran confundir a los lectores cada vez más.
Cuando el torbellino figura como danza acelerada, vertiginosa, zapateada, se está confundiendo con el joropo y, a veces, con su derivado, la supuesta coreografía del galerón. El galerón es sólo un canto de labor ganadera pero se ha tomado como coreografía la adaptada a un aire de marcha, ideado por Alejandro Wills sobre la tonada de un antiguo joropo aragüeño (Venezuela) y llamado en Colombia “galerón llanero”; éste nada tiene que ver con el verdadero galerón, que no es danza sino canto. Cuando el torbellino aparece como lento, grave y hierático, es el verdadero torbellino que aún hoy puede observarse con nitidez y precisión excepcionales en el oriente de Cundinamarca (Fómeque) o en el noreste (Gama).
En Santander el torbellino es la coreografía obligada para acompañar los cantos guabineros. En el desarrollo de la danza se observan no menos de tres rutinas planimétricas como son el rasgatierra, el balanceado lateral y el paso menudo balanceado y mecido en el hombre, con sus evoluciones o vueltas, el paso de espaldas y las tres variedades de saludos (sombreros, antebrazos, pasamanos) y las conjugaciones propias de la modalidad llamada “tres”. La mujer danza en pasos menudos de giros en media vuelta con apoyo en el talón a cada reposo del paso y balanceo característico. De lo observado en el reciente Festival de Polímeros (1972) puede decirse que el torbellino por su popularidad en el ámbito campesino de Santander, Boyacá y Cundinamarca, ha desplazado al bambuco en forma rotunda. Además su uso en la gran diversidad de mojigangas y sainetes danzados o juegos coreográficos, todos en aire de torbellino, le dan más amplia dispersión en la zona andina.
Es permanente el conflicto que se presenta a los musicólogos para determinar técnicamente las condiciones musicales de las tonadas y aires folklóricos, para rastrear sus orígenes en otras formas, esas si técnicas, foráneas. Pero ocurre que es una petición de principio el intentar aplicar los módulos y normas técnicos para verificar la identidad de tonadas y aires que precisamente carecen de esos módulos y normas por ser expresiones folklóricas en que, como su definición lo establece, no admiten teoría ni doctrina. Preguntarse cuál es el diseño rítmico-melódico del bambuco, del torbellino, de la cumbia folklóricos o cuáles los esquématas de cada una de las danzas respectivas, resulta esfuerzo inútil como pueden comprobarlo todos aquellos musicólogos que olvidan cómo la música folklórica espontánea y puramente empírica, carece de normas académicas.
Tal vez en las formas populares (pero sólo populares y no folklóricas) en que los arreglistas y estilizadores tratan de ajustar las estructuras folklóricas de base con pautas y medidas, pudieran hallar precisamente las características técnicas que ellos han impuesto. Pero en la folklórica es insensato buscar lo que no existe. Es obvio que cuando los técnicos aplican su cartabón a las tonadas folklóricas lo primero que encuentran son “errores” o cosas no permitidas en la técnica musical. Lo grave está en pretender corregir esos errores para obtener un producto de fórmula exacta.
Cuando el maestro Santos Cifuentes aplicó al torbellino sus módulos de análisis dijo: “la forma típica del torbellino estriba en la sucesión de acordes de tónica, subdominante y dominante. Su motivo tiene la particularidad de que acaba siempre en la dominante o en la sensible y en esto consiste la facilidad de su continua repetición. Cuando se acaban las palabras del canto o cuando los ejecutantes resuelven concluir, suspenden de improviso siempre en la dominante o en la sensible, dejando en el oído una sensación de algo sin resolver, de algo que no se define, de una pregunta que no obtuvo respuesta”. El profesor Pinzón Urrea, empeñado también en ese análisis que Lugones llamaba “aplicar la tijera de la florista a la margarita de la pradera” obtuvo esta conclusión: “el torbellino es uno de los aires que más hondamente se han incorporado en el sentimiento campesino.
La armonía gira sobre los tres grados principales de la tonalidad mayor: tónica, subdominante y dominante. Como puede verse, Pinzón coincide con Santos Cifuentes. Las contradicciones frecuentes que aparecen en los comentarios sobre el torbellino se deben a enfoques diferentes y así quien juzga el torbellino de tierras cálidas dice que es alegre y vivaz, agitado, en tonalidad mayor; el que juzga el de las zonas frías de la cordillera dice que es melancólico y monótono, sosegado, en tonalidad menor, etc. Algunos críticos inspirados tal vez en la facundia feudal y acomplejada de José Caicedo Rojas, o en el desprecio por lo criollo de Cordovez Moure, cuando se habla de la originalidad y delicadeza del torbellino, dicen que es de ancestro español; pero cuando se reconoce en él un ancestro indígena indudable, entonces afirman que sus melodías son pobres en extremo y su ritmo monótono y desabrido.
En el oriente de Cundinamarca (Fómeque, Choachí, Ubaque, La Unión, Fosca, Une, Chipaque) tiene el torbellino tal predominio sobre todos los aires musicales restantes de la región, que es muy frecuente oír ejecuciones instrumentales anunciadas por los campesinos como bambucos, pasillos o guabinas pero que no son otra cosa sino torbellinos auténticos.
En Santander del Sur (Departamento que debería llamarse Galán, para distinguirlo del otro Santander, patria del hombre de las leyes), el torbellino tiene muchos nexos con la guabina. No se quiere decir con esto que sean un mismo aire musical, sino que la guabina como canto regional lleva a veces acompañamiento instrumental de torbellino sin perder por ello su estructura característica de canción; en otras palabras, la guabina sigue cantándose con el grito inicial, lento y cadencioso en que el “arrastre” de la voz es la característica dominante y con el estribillo constante que aparece a cada tres versos.
Pero el acompañamiento instrumental que es siempre alternativo con la parte vocal y nunca simultáneo o en contracanto, es un aire de torbellino perfectamente definido. En Tolima y Huila, en cambio, el torbellino ha sufrido dos influencias notables, precisamente de los aires dominantes de esa región, conocida antes con el nombre de Tolima Grande: la guabina y el sanjuanero. Al escuchar un torbellino (por ejemplo el que comienza: “torbellino está caliente/ le rompieron la tambora”, etc, que se encuentra en la colección del “Cancionero noble de Colombia”, de inmediato hallamos semejanzas curiosas con la guabina cantada que comienza con las coplas “de p'abajo corre el agua/de p'arriba no ha podido/”, etc., que se halla en el cancionero).
Otras veces como en el caso de las mismas coplas de torbellino, mencionadas atrás también, hallamos similitudes notables con sanjuaneros como el llamado: “Viva la fiesta”, también del cancionero o con las variedades llamadas “rajaleñas” como podría ser “el guacirqueño” que aparece en el álbum Shell número 9. En los restantes Departamentos, el torbellino es prácticamente desusado. No carece de fundamento la sugestión de que alguna vez se llamó “torbellino” al acto de bailar una tonada y no solo de cantarla o tocarla. Esto explica por qué a la guabina danzada, se le dijo tal vez “torbellino” y a la identidad que a veces atribuyen algunos polígrafos a estos dos aires que en realidad son también diferentes.
El acompañamiento instrumental del torbellino fluctúa según las regiones. En Santander y Boyacá fue primitivamente ejecutado por capadores que los promeseros o viajeros campesinos sonaban en las pausas del canto de coplas. Posteriormente la melodía o el acompañamiento de requintos y tiples se sumó a los capadores o “chiflos” y a la percusión de chuchos, panderetas, guaches, triviños y carracas o quijadas. En las ejecuciones de piezas estilizadas o desarrolladas en aire de torbellino se usó y usa la estudiantina popular de la zona andina y en los duetos de trovadores a dos voces típicas (primo y segundo) el acompañamiento simple de tiple y guitarra o, mejor aún, de requinto y tiple.
En Cundinamarca, desde Villapinzón al norte, hasta Gama, al noreste y hasta las poblaciones de oriente (Fómeque, etc.) tienen amplio predominio los requintos y tiples. En Villapinzón hemos hallado excelentes ejecutantes de torbellino en capadores y los cordófonos usuales ya mencionados. En oriente el predominio del requinto hace olvidar los capadores y la función melódica de aquel en ejecución punteada se acompaña de tiple, excepcionalmente guitarra y para la percusión abundan los alfandoques (chucho de gran tamaño pues sobrepasa aún al guasá del Pacífico ya que mide a veces hasta 75 centímetros de longitud por 8 o 10 centímetros de diámetro) a tiempo que recibe la denominación de chucho un hacecillo de canutos de cañabrava destapados por ambos extremos y que en Boyacá se llama “triviño”. Además se usa la caña, variedad de guacharaca en cañabrava y a veces la pandereta. El capador está casi desaparecido. El triviño en Santander se llama “quiribillo” o “quiriviño”.
[1] Guillermo Abadía Morales, La Música Floklórica Colombiana,Dirección de divulgación cultural, Universidad Nacional de Colombia, Bogotá, 1973, págs. 62-67.
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